
Vivir de escribir es tarea difícil. Son pocos los que viven exclusivamente de las rentas o derechos por la venta de sus libros. No solo has de ser bueno (¿Qué puede vender el mejor poeta actual?), ha de gustar tu producto. Aunque el secreto de las ventas muchas veces esté vinculado a otras circunstancias. Y no solo el marketing.
“El principito” (“Le Petit Prince”) de Antoine de Saint-Exupéry ha sido leído por la mayoría de nosotros. Algunos en la versión original en francés. Quizá el librito de lectura más recomendado en escuelas e institutos. Muchos ejemplares se han vendido, aunque el escritor muerto en accidente en 1944 nunca llegó a imaginar su éxito.
Actualmente, vende mucho Arturo Pérez-Reverte. Escribe y sabe vender su obra. Aparece en los medios y agrada. Es actualidad. Se habla de él. Y muchos compran el libro, para leer o regalar, porque es de Pérez-Reverte, Sus novelas enganchan. Pero él sabe llevar el producto al consumidor.
La obra de Ferran Torrent, escrita según la “Associació de Escriptors en Llengua Catalana”, en “una lengua, en las variantes de la Horta y de la ciudad de València” no puede tener la difusión de una obra escrita en castellano, pero, salvando las distancias, como en el caso de Saint-Exupéry ha sido lectura recomendada para muchos estudiantes en Valencia, Baleares y en Cataluña (Els Paisos). Y se ha beneficiado de ello. Decisión de los responsables de educación de turno. Por tanto, cambiante. Decisión de “arriba”. Y entiéndase este “arriba” como se quiera entender.
De triste recuerdo para Valencia, los “honorables” Pujol y Zaplana. Grandes ladrones, cuyos cambalaches permitieron la compra-venta de la cultura Valenciana con su celebre tratado del Majestic que subyugó la lengua Valenciana a la supervisión del Institut de Estudis Catalans a través de una manipulada Academia Valenciana de la Lengua (sin especificar que lengua) normalizando un bodrio de lengua cada vez más alejado de la lengua que nos dieron nuestros padres. Y todo ello Ad gloriam del napoleoncito Aznar. Alguna responsabilidad tendrá también el señor Mazón y el PP de la Comunidad Valenciana que han permanecido callados tantos años.

Nuestro vecino Ferran Torrent, que fue galardonado el año pasado con el Premi de les Lletres Valencianes, ha renunciado al mismo. Según sus palabras “ante la deriva que ha tomado el Consell -una deriva académica e institucional cada vez más poco respetuosa con el valenciano, con su presencia pública y con su valor como lengua de cultura- me veo obligado a renunciar al galardón”.
Siendo una decisión personal, nada que opinar al respecto.
Además, Torrent fue uno de los escritores que firmó un manifiesto recientemente en el que se pedía que la lengua dejara de ser utilizada como arma política. Los firmantes manifestaban su apoyo a la Acadèmia Valenciana de la Llengua, “garante estatutariamente de la regulación gramatical en las tierras valencianas, de acuerdo con las universidades y otros organismos que realizan funciones similares en otras partes del dominio lingüístico”, consecuencia del ya indicado Tratado del Majestic.
Es curioso que en el mismo manifiesto se quiera despolitizar el uso del valenciano y se apoye a un organismo que peca de politizarlo. Como peca la universidad y muchas organizaciones.
Tampoco ayudan las declaraciones recientes de políticos diciendo que en Valencia se “parla català”.
Y en cuanto a aquello de la “regulación gramatical”, cabría preguntar ¿Quién regula al regulador? ¿No puede haber un regulador nuevo que tenga en cuenta otras situaciones? ¿No es la lengua algo vivo y en evolución? ¿Qué influencias, presiones o incentivos tuvo cada regulador?
No obstante, nada que reprochar a nuestro ilustre vecino. Hay pocos nombres que pongan a Sedaví en el mapa y Ferran Torrent es uno de ellos. Gracias por ello.
Dicho esto, y siendo que nadie es profeta en su tierra, dada su mayor notoriedad al norte del río Sénia (La periodista de “La Vanguardia” Maria de la Pau Janer a titulado su artículo “Bravo por Ferran Torrent”), dado que a veces la renuncia a un premio da más visibilidad que el premio en sí, dado que el escritor ya tiene 74 años, hay que reconocer que puede pensar y hacer lo que le convenga.
Los demás también.