
Han aparecido nuevas actividades económicas. Todo evoluciona, pero no necesariamente para bien. Existe una transformación y un cambio, pero muchas veces con resultados indeseables.
Estamos en la era de los youtubers, de los influencers y también de los activistas.
Los activistas se definen como personas comprometidas, que trabajan por ciertas causas (en principio, nobles). Su lucha consiste en la concienciación y en presionar a las instituciones y gobiernos en la consecución de las causas que defienden.
Hasta aquí la teoría, y seguro que habrá algún activista que se ajustará a esta definición, pero los que vemos en nuestro día a día difiere bastante. Sus causas son ellos mismos y la transformación que buscan es la de poder vivir de ello. Y que mejor que en lugar de presionar a gobiernos, ponerse a su servicio.
Con los activistas está pasando como con las ONGs devenidas en OMGs (Organizaciones MUY gubernamentales). Se vive muy bien del presupuesto. Solo hay que tener contento al que administra ese presupuesto. Si no tienes principios, es pan comido.
El activista, normalmente no ha trabajado nunca, su ocupación es ser activista. De lo que sea y sin exclusión. Normalmente se define de izquierdas. Con contadas excepciones, no ha pagado nunca impuestos ni ha desarrollado actividad en la empresa privada. Su hábitat es la selva de las subvenciones. Disponen de todo el tiempo del mundo, no tienen que madrugar ni fichar. Algunos se especializan, como los miembros de sindicatos de partido, que igual están defendiendo la causa del pueblo palestino como manifestándose contra la oposición en lugar de contra el gobierno del mayor paro y precariedad en Europa. Les importa un bledo los trabajadores y viceversa. Por eso en lugar de vivir de las cuotas, parasitan el presupuesto. No tienen afiliados, tienen liberados.
Pero en esta ocasión nos queremos centrar en los activistas surgidos de la desgracia.
Recordamos el caso del 11M que también generó algún activista, como el caso de Pilar Manjón que perdió a su hijo. Aquella fue una catástrofe provocada y de la que siguen quedando muchas dudas. Hoy sigue siendo activista por distintas causas.
La riada del 29 de octubre de 2024 y su catastrófica destrucción en vidas y bienes, ha propiciado la aparición de asociaciones de víctimas. Lamentablemente, muchas instrumentalizadas por partidos políticos, en concreto por el PSOE y Compromís.
De estas asociaciones de víctimas han destacado principalmente tres personajes. Christian Lesaec, Mariló Gradolí y Rosa Álvarez. Los dos primeros vinculados a Compromís y la última muy afín al PSOE.
A tenor de sus declaraciones, un año después de la catástrofe, Christian Lesaec parece que ya ha leído y comprendido lo que establecen los artículos 28 y 29 de la Ley 17/2015, de 9 de julio, del Sistema Nacional de Protección Civil.
Ya sabe que el principal responsable es el gobierno central, personificado en el ministro del Interior (Marlaska) y la delegada del gobierno (Pilar Bernabé). Y por elevación en el turista en la India, Pedro Sánchez. Y a pesar de no pedir dimisiones como con Mazón, se ha quedado sin ir a Bruselas.
Mariló Gradolí y Rosa Álvarez sí que han sido invitadas por el PSOE.
Gradolí, ni siquiera es víctima, está a lo que le marquen desde Compromís. De eso vive.
El caso de Rosa Álvarez es más triste.
Ver a esta mujer rindiendo pleitesía a Teresa Ribera y a Pilar Bernabé, nos hace pensar (pensando en bien) que esta mujer sufre el síndrome de Estocolmo -no solo afecta a secuestrados- de alguna manera. No puede ser tan limitada para desconocer lo que Lesaec “ha descubierto” leyendo la Ley 17/2015. Esos sentimientos positivos que ha desarrollado hacia las personas con mayor responsabilidad en la catástrofe no engañan. La empatía como víctima hacía la persona que derogó las medidas que hubieran evitado muchas muertes, la gratitud que expresa al personaje que nos dejó abandonados durante varios días sin enviar a las fuerzas de seguridad del Estado, denotan un estado sicológico irracional incomprensible para una persona analítica. Justificar el comportamiento de Ribera o Bernabé, es defender a quien te ha dañado, poner en evidencia tu falta de autoestima y finalmente ser cómplice del agresor.
Si el caso de Rosa Álvarez es este, verdaderamente necesita de un grupo de apoyo y volver a tomar el control de su vida. Debe escapar de la manipulación a la que la han sometida.
Si este sometimiento es algo voluntario, solo le deseamos suerte en su empeño. Hay mucha competencia en el activismo. Y no todas tienen la suerte de Intxaurrondo o Santaolalla.
Me quedo con la frase de la periodista Sonia García

Otra imagen de la desvergüenza, a sumar a la de inicio del artículo