Si se le pregunta a la mayoría de los españoles que es DEMOCRACIA, se limitaría a decir que es “poder elegir al que manda”. Básicamente, votar cada cuatro años para elegir el gobierno de la nación, de la comunidad autónoma o del ayuntamiento. El sistema español es una democracia representativa, es decir, la democracia se ejerce a través de unos representantes elegidos libremente de manera periódica por los ciudadanos.
Aquí comienza el problema de salud de la democracia, incluso de la representativa. Los ciudadanos no tenemos libertad de elección de nuestros representantes. Se nos dan listas hechas y votamos partidos que presentan listas confeccionadas por sus dirigentes. La elección se restringe a unas listas ya confeccionadas y en función de intereses poco democráticos. No hay listas abiertas.
Es la partitocracia que no satisface las demandas de la ciudadanía, muy al contrario, manipula al pueblo para reducir su capacidad de exigencia, su visión crítica y sus posibilidades de progreso intelectual y económico.
¡Con este sucedáneo de democracia ya van bien estos paletos, hijos de paletos y padres de futuros paletos!
Es un régimen democrático decadente, cuyos efectos iniciaron tiempo atrás aunque las manifestaciones más evidentes de la enfermedad comenzaron con Zapatero.
Con la llegada a las altas esferas del poder de políticos/as sin capacidad para la gestión y administración de los recursos públicos, con el único interés de perpetuarse en el cargo y sin necesidad de justificar su honestidad, se inoculó en el cuerpo de la democracia el primer virus con efectos letales. Personajillos que deben todo a quién les nombra para el cargo, que suele ser del mismo nivel moral, pueblan la política.
Un/a sinvergüenza, semianalfabeto/a e inmoral puede llegar a las más altas cotas del gobierno y esto degenera en corrupción. La lucha contra la corrupción y las sanciones deja mucho que desear. En España el castigo o el indulto a corruptos suele ser por razones de conveniencia política del partido en el gobierno, lo cual es otra muestra agravada de corrupción.
En democracia el delito de corrupción cometido por político o cualquier funcionario público debiera ser imprescriptible. La realidad en España, es muy diferente. Al “progresismo” aupado en el poder, parece que no le preocupa demasiado. En los tan publicitados y coloridos objetivos de la Agenda 2030 y en la Meta 16.5 se anuncia “Reducir considerablemente la corrupción y el soborno en todas sus formas”. Muy light en su exigencia y más todavía en su aplicación. Otro virus que corroe el cuerpo de nuestra democracia.
Pero la bacteria más importante que está produciendo la enfermedad definitiva que puede provocar la sepsis del sistema democrático es la sumisión y dependencia del Poder Judicial. Un Poder que debiera ser independiente del Ejecutivo y ser el sistema inmunitario que produjera los anticuerpos capaces de destruir con eficacia al invasor y que sin embargo está al servicio de políticos tóxicos, populistas y depredadores de lo público. Un Poder que no ha querido reaccionar ante la enfermedad invasora y que ha terminado siendo parte del problema de salud democrática.
La democracia en España está enferma, en estado de gravedad y con un sistema inmunitario destruido desde dentro, que puede devenir en una sepsis mortal.
En una dictadura de corte bolivariano.
Esos regímenes que tanto gustan al ex presidente Zapatero, al presidente en funciones Sánchez y a la vicepresidenta interestelar también en funciones.