
La cara es el espejo del alma. Dicen.
Y dicen que el alma está compuesta por la voluntad, la mente y las emociones. Esa esencia inmaterial que define a cada persona.
Vista pues la cara del ministro de Asuntos Exteriores, el cual dedica su voluntad, mente y emociones y las del colectivo del ministerio que dirige a que el catalán sea lengua oficial y de trabajo en la Comunidad Europea, no podemos pensar otra cosa que el ministro Albares es “una ànima en pena” un “esperit perdut” en busca de Puigdemont. Y a la caza de embajadores que le dejen en evidencia. Imagen perfecta de la mediocridad.
Si es la cara del multi-ministro Bolaños, tanto cuando se escucha ufano mientras miente, como cuando no sabe dónde esconderse ante los repasos de Cayetana Álvarez de Toledo, nos muestra un fanático del régimen, odia, miente, trabaja solo para el mal y no tiene vergüenza de su condición. Es lo que muchos definirían como un alma podrida. Tan podrida está, que está orgulloso de ello. Quizá porque por su ineptitud solo puede ser esto. Como no tiene conciencia ni propósito de enmienda, la penitencia a la que lo somete periódicamente Cayetana, no limpia sus pecados. Su alma continúa podrida.
En cuanto al que debiera ser el fiscal general del Estado, pero es el fiscal de cabecera de la familia Sánchez, el indefinible Álvaro García Ortiz, debe tener un alma de fabricación china, hecha de retales. Un ejemplo extremo de ausencia de dignidad combinado con una mente escasa y una inmensa voluntad de agradar al amo. Mete la pata, antes y después, cuando lo investigan por filtrar datos confidenciales, cuando borra llamadas, cuando hace desaparecer teléfonos… es lo que en Argentina llaman un pato criollo, del que dicen que a “Cada paso, una cagada”, “Y hace tres cosas: nada, vuela y camina, y las tres las hace mal”. Detrás de esa cara hay un alma de cántaro. Cántaro lleno de soberbia, necesitado de limpieza. Mucho estropajo.
Este trío, sería inconcebible en un país normal. Son otro testigo de la degradación a la que ha llegado esta nación.
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Son tres terrones más, del peor material, en el catálogo de advenedizos sanchistas.
Tres bufones que desprestigian el cargo que ostentan.